martes, 25 de noviembre de 2014

Cloaca por César Hildebrant

 

 
César Hildebrant
                                                 
Mi país es un homenaje involuntario a Bretón, al dadaísmo, a Moro, a Kafka. Aquí los policías suelen ser una amenaza, los jueces administran injusticias, los que pierden las elecciones gobiernan, los fiscales dudan en favor de los acusados, el Tribunal Constitucional es fuente de sospecha.
 
Y aquí resulta que el fujimorismo, que es el mal venéreo multidrogorresistente más extendido en el Perú, y el aprismo, que es la franquicia picabolsos del doctor García, se han conver­tido en guardianes de la moral y en la oposición modelo Savonarola que grita desde el pulpito. Jajá.
 
Los jóvenes que ignoran quién fue Fujimori y qué fue el decenio regido por su banda de hampones deberían preguntar a sus padres -salvo que apelliden Joy Way o Hermoza Ríos- cómo fue que el Perú se convirtió en un botín y de qué modo llegamos a limitar, por el oeste, con un nada pacífico océano de mierda.
 
Y es cierto: nacieron en la cloaca de "Página libre", el diario que Alan García y Guillermo Thorndike armaron, nariz en ristre, en el hotel "Crillón" para inventar la candidatura del "chinito que barrería con la derecha". Fue el diario donde empezó Beto Ortiz su carrera de columnista.
 
Ahora los congresistas herederos de esas sanguazas: abandonan el pleno y sabotean una sesión. Con qué nostalgia deben recordar algunos de ellos los tiempos en que el líder japonés que los ensució cerraba el Congreso con el respaldo de la chusma y el miedo del periodismo amanerado.
 
¿Quieren crear un clima parecido al que precedió el golpe de Estado de 1948? No lo creo. Para eso tendrían que haber leído algo de Historia.
 
El fujimorismo no es una corriente política. Es una propuesta delictiva, un resumen de lo peor. Si algún arqueólogo del mal pudiese juntarlos latrocinios de José Rufino Echenique, la traición de Mariano Ignacio Prado, las felonías de Nicolás de Piérola, las arbitrariedades de Leguía, la vacuidad de Benavides, los vicios putañeros de Odría y la ninfomanía dineraria del Apra de Alan García, la figura resultan­te sería el fujimorismo. No hubo crimen que le fuese ajeno, no hubo hedor que no emanase. Copó absolutamente todo el Estado para depositar en él sus larvas. Corrompió al poder judicial, borró a la ONPE, hizo del Congreso una mascota salivada, malogró al TC, violentó a la Fiscalía, barrió con los de­rechos laborales, mató en nombre de la paz creando grupos de exterminio para ese propósito, compró con millones de sobrevaloración las armas que no necesitábamos porque ya habíamos perdido la guerra del Cenepa. ¿Qué se salvó del Perú de Fujimori? Sólo lo que no estuvo con ellos: la resistencia cívica y periodística que peleó hasta que el japonés intruso se fue a Brunei, paró en Japón, renunció por fax a la presidencia usurpada con un fraude y no regresó.
Años después oficializó su condición nipona, candidateó al senado del Japón, se casó para la foto con una volantusa de la mafia de Tokio y quiso regresar, desde Chile, en olor de multitud.

 En esta revista vamos a recordar, cada semana y a partir de este número, qué fue el fujimo­rismo y qué es hoy la impertérrita Fuerza Popular, el partido cuyo único programa consiste en excarcelar al reo rematado y cuya máxima dirigente recibió; de manos de Montesinos y durante cinco años, dinero de la mafia paterna.
 
Nacieron en una cloaca. Y quizá gobiernen a partir del 2016. Será un nuevo homenaje al surrealismo. O a Macondo.

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