lunes, 31 de agosto de 2020

¿Qué nos deja esta pandemia? (20/08/2020)




 Magaly Vera

Definitivamente muchas lecciones de vida. Para muchas parejas es volver a conocerse y enamorarse; para otras en cambio: motivo de separación definitiva por no tener la capacidad de tolerarse. No es lo mismo ser el padre de visita los fines de semana que el tener que estar todo el día con los niños. Lamentablemente nadie nos enseña a ser padre y no hay manual que sirva porque cada microuniverso es único e irrepetible. No todos tienen la voluntad de querer acoplarse a este nuevo escenario inesperado ya que lo que se requiere para poder superar cualquier obstáculo es voluntad y paciencia, nada más. Sólo que a muchos les fue imposible romper su status quo y es una pena porque optaron por perder sus hogares.

Y la paciencia es una virtud que muchos no teníamos, pero ahora es normal ver largas colas de personas en una tienda, farmacia, mercado etc. ¿Cuándo hemos tenido tanta paciencia? Casi nunca, al menos Lima era una vorágine de acciones. Sin tiempo para nada más que para el trabajo. Que diferencia con las provincias en donde uno hasta puede dejar de trabajar para atender a la visita, cerrar la tienda unas tres horas por almuerzo como en Iquitos y darse el lujo de tirarse en una hamaca. En Lima obviamente eso es inconcebible incluso en plena pandemia; pero al menos, aprendimos a esperar turno.

Otra cosa que hemos aprendido es a apreciar nuestra salud cuidando nuestro distanciamiento social y andar utilizando mascarillas y atuendos como capas, sacos o mamelucos impermeables, rociar el alcohol como antes las lociones y cambiar muchos hábitos. Bueno, no todos ya que hemos sido testigos de cómo este detener el tiempo para algunos fue solo pretexto para seguir tomando la vida con ligereza para otros que se la pasaron jugando futbol, tomando alcohol etc. Que no es malo, pero no tomaron las precauciones para evitar la proliferación del covid entre los suyos. Ellos no fueron víctimas gracias a la juventud que les dio inmunidad, pero lamentablemente su entorno familiar fue el pagano, sobre todo los de mayor edad o aquellos que tenían enfermedades pre existentes. No en vano fuimos el país con mayor mortandad a nivel mundial.

Pese a tantas noticias propagadas por los noticieros, para muchas personas esta enfermedad fue creada psicológicamente y hasta pregonaron que no existía, que todo era una patraña del estado y se dieron el lujo de andar sin mascarilla desafiando a la muerte en cada paso. A muchos de ellos la parca les dio alcance sin importar condición social, raza, credo etc. El coronavirus fue un mal democrático y toco muchas puertas, sobre todo la de los incautos. Por ese motivo algunos grupos evangélicos fueron los menos afectados dado que la situación se asemejaba al Éxodo en donde la muerte solo ingreso a hogares que no cumplían ciertos lineamientos: las marcas realizadas con sangre de cordero; en nuestro caso, el protocolo de sanidad. Obviamente no todos los grupos evangélicos fueron cautos porque hubo otras que siguieron congregándose en sus iglesias, exponiendo a sus feligreses a la enfermedad.

A mi particularmente me dejo grandes pérdidas de amistades, vecinos y familiares. En mi cuadra fallecieron unas 10 personas aproximadamente. Una pérdida que me causó profundo dolor y me sumió en una profunda depresión fue perder al R.P. Jorge Álvarez, gran tutor y maestro de vida, quien estuvo a mi lado desde que tenía unos 20 años. Estuvo conmigo cuando pertenecía al MOJ (movimiento de organizaciones juveniles), uno de los primeros grupos juveniles de San Juan de Lurigancho, cuando conducía en la Radio un programa misceláneo, cuantos desayunos compartidos en familia. Recuerdo que para desayunar con él, tenía que sacar cita y vaya que eran citas prolongadas (mínimo un mes antes) porque tenía una agenda recargada. Pero cuando había un plato de picante de cuy, de esos que te quitan el sueño, pues no se necesitaba cita alguna. Él llamaba y apenas uno decía la palabra mágica, colgaba el teléfono y ya el padrecito estaba esperando en mi puerta su plato favorito. Y hasta teníamos los mismos gustos: él también amaba la natación y uno que otro domingo nos encontrábamos en alguna piscina. Era un gran nadador. Pese a su edad, tenía ideas frescas y hasta participaba en marchas contra la corrupción. Recuerdo una anécdota graciosa: mi madre odiaba usar los celulares, sobre todo las digitales y el padrecito delante de ella, me dijo: “por favor en la marcha, no me llames por celular para encontrarnos, me escribes al WhatsApp. Habrá tanta bulla que no te podre oír”. Mi madre sorprendida doblemente porque ella no participa en marcha alguna y no quería usar el celular. Ese mismo día me pidió que le actualice su celular del teclado clásico al digital.  Era tan respetuoso de la fe de otras iglesias que hasta se atrevió a invitar a mi madre a varias reuniones, sabiendo que ella era Testigo de Jehová. Por ella no uso su atuendo y no llevo la cruz, pero compartió un pan enorme de hostia. También estuvo conmigo cuando mi padre estuvo internado en el hospital. Le hizo la misa de extremaunción, hizo su misa, la del mes y la del año. Y cuando estuve profundamente triste por perder a mi adorado padre, pues me abrazo y me conto la parábola de los mellizos que jamás había oído. Y ya estaba preparado para morir. La última conversa que tuve con él me dijo que al igual que el mellizo optimista él quería conocer ese nuevo mundo que de seguro es ese cielo majestuoso donde esta nuestro amado Dios.

Nuestra amistad fue hermosa y guardo gratos recuerdos, así que el dolor hizo que bloquee mis escritos. No tuve ganas de escribir nada, ni de leer ni de nada ya que, por esta pandemia, ni pude despedirme de él. Hasta casi pierdo una beca que obtuve de Argentina y otra de USA. Gracias a Dios y de seguro por su intervención divina, me prolongaron las fechas de entrega de los trabajos.

Que más aprendí, pues a reconocer a los que son amigos, a los que están contigo en las buenas y malas, a los que no necesitas llamar ni escribir, simplemente están ahí para apoyarme. Y como la vida es corta, pues solo me queda disfrutar de la vida que Dios me está regalando para disfrutarla al lado de mis seres queridos. Y Dios mediante poder retomar mi vida con normalidad, poder viajar y seguir escribiendo.

Así que quiero agradecer a mis grandes hermanos de vida con los que pude conversar virtualmente estos meses de encierro: a María Eugenia, Hugo Trigoso, Elmer García, Evans Ríos, Valentín Díaz, Lucinda Macha (mi mamita y amiga que estuvo más de 5 meses alejada de mi), Marcos y Rosmerita Macha, Arsenia, Helen Vera, Flor Ramirez, Marco Rojas, Crosby, Isaac Huamán, Kusi Pereda, Juanita Chunga, Sarita Cristobal, Dianita, Eleanita Valverde, Naomi, Justiniano Andrade y Marina Capcha (mis padrinos), Katita, Rafael Contreras, Mbare, Vanessa García, José Ccanchis y mi adorado Caleb que me alegra todos los días con sus interminables conversas dadaístas. Disculpen si olvido algún nombre. 

Que habría sido de mi sin ustedes, infinitas gracias por darme ánimos y hacerme notar que me falta mucho por aprender y hacer.