Magaly Vera
Definitivamente muchas lecciones de vida. Para muchas
parejas es volver a conocerse y enamorarse; para otras en cambio: motivo de
separación definitiva por no tener la capacidad de tolerarse. No es lo mismo
ser el padre de visita los fines de semana que el tener que estar todo el día
con los niños. Lamentablemente nadie nos enseña a ser padre y no hay manual que
sirva porque cada microuniverso es único e irrepetible. No todos tienen la
voluntad de querer acoplarse a este nuevo escenario inesperado ya que lo que se
requiere para poder superar cualquier obstáculo es voluntad y paciencia, nada
más. Sólo que a muchos les fue imposible romper su status quo y es una pena
porque optaron por perder sus hogares.
Y la paciencia es una virtud que muchos no teníamos,
pero ahora es normal ver largas colas de personas en una tienda, farmacia, mercado
etc. ¿Cuándo hemos tenido tanta paciencia? Casi nunca, al menos Lima era una
vorágine de acciones. Sin tiempo para nada más que para el trabajo. Que
diferencia con las provincias en donde uno hasta puede dejar de trabajar para
atender a la visita, cerrar la tienda unas tres horas por almuerzo como en
Iquitos y darse el lujo de tirarse en una hamaca. En Lima obviamente eso es
inconcebible incluso en plena pandemia; pero al menos, aprendimos a esperar turno.
Otra cosa que hemos aprendido es a apreciar nuestra
salud cuidando nuestro distanciamiento social y andar utilizando mascarillas y
atuendos como capas, sacos o mamelucos impermeables, rociar el alcohol como
antes las lociones y cambiar muchos hábitos. Bueno, no todos ya que hemos sido
testigos de cómo este detener el tiempo para algunos fue solo pretexto para
seguir tomando la vida con ligereza para otros que se la pasaron jugando
futbol, tomando alcohol etc. Que no es malo, pero no tomaron las precauciones
para evitar la proliferación del covid entre los suyos. Ellos no fueron
víctimas gracias a la juventud que les dio inmunidad, pero lamentablemente su
entorno familiar fue el pagano, sobre todo los de mayor edad o aquellos que tenían
enfermedades pre existentes. No en vano fuimos el país con mayor mortandad a
nivel mundial.
Pese a tantas noticias propagadas por los noticieros,
para muchas personas esta enfermedad fue creada psicológicamente y hasta
pregonaron que no existía, que todo era una patraña del estado y se dieron el
lujo de andar sin mascarilla desafiando a la muerte en cada paso. A muchos de
ellos la parca les dio alcance sin importar condición social, raza, credo etc.
El coronavirus fue un mal democrático y toco muchas puertas, sobre todo la de
los incautos. Por ese motivo algunos grupos evangélicos fueron los menos
afectados dado que la situación se asemejaba al Éxodo en donde la muerte solo
ingreso a hogares que no cumplían ciertos lineamientos: las marcas realizadas
con sangre de cordero; en nuestro caso, el protocolo de sanidad. Obviamente no
todos los grupos evangélicos fueron cautos porque hubo otras que siguieron
congregándose en sus iglesias, exponiendo a sus feligreses a la enfermedad.
A mi particularmente me dejo grandes pérdidas de
amistades, vecinos y familiares. En mi cuadra fallecieron unas 10 personas
aproximadamente. Una pérdida que me causó profundo dolor y me sumió en una profunda
depresión fue perder al R.P. Jorge Álvarez, gran tutor y maestro de vida, quien
estuvo a mi lado desde que tenía unos 20 años. Estuvo conmigo cuando pertenecía
al MOJ (movimiento de organizaciones juveniles), uno de los primeros grupos
juveniles de San Juan de Lurigancho, cuando conducía en la Radio un programa
misceláneo, cuantos desayunos compartidos en familia. Recuerdo que para
desayunar con él, tenía que sacar cita y vaya que eran citas prolongadas (mínimo
un mes antes) porque tenía una agenda recargada. Pero cuando había un plato de
picante de cuy, de esos que te quitan el sueño, pues no se necesitaba cita
alguna. Él llamaba y apenas uno decía la palabra mágica, colgaba el teléfono y
ya el padrecito estaba esperando en mi puerta su plato favorito. Y hasta
teníamos los mismos gustos: él también amaba la natación y uno que otro domingo
nos encontrábamos en alguna piscina. Era un gran nadador. Pese a su edad, tenía
ideas frescas y hasta participaba en marchas contra la corrupción. Recuerdo una
anécdota graciosa: mi madre odiaba usar los celulares, sobre todo las digitales
y el padrecito delante de ella, me dijo: “por favor en la marcha, no me llames
por celular para encontrarnos, me escribes al WhatsApp. Habrá tanta bulla que
no te podre oír”. Mi madre sorprendida doblemente porque ella no participa en
marcha alguna y no quería usar el celular. Ese mismo día me pidió que le
actualice su celular del teclado clásico al digital. Era tan respetuoso de la fe de otras iglesias
que hasta se atrevió a invitar a mi madre a varias reuniones, sabiendo que ella
era Testigo de Jehová. Por ella no uso su atuendo y no llevo la cruz, pero
compartió un pan enorme de hostia. También estuvo conmigo cuando mi padre
estuvo internado en el hospital. Le hizo la misa de extremaunción, hizo su
misa, la del mes y la del año. Y cuando estuve profundamente triste por perder
a mi adorado padre, pues me abrazo y me conto la parábola de los mellizos que
jamás había oído. Y ya estaba preparado para morir. La última conversa que tuve
con él me dijo que al igual que el mellizo optimista él quería conocer ese nuevo
mundo que de seguro es ese cielo majestuoso donde esta nuestro amado Dios.
Nuestra amistad fue hermosa y guardo gratos recuerdos,
así que el dolor hizo que bloquee mis escritos. No tuve ganas de escribir nada,
ni de leer ni de nada ya que, por esta pandemia, ni pude despedirme de él. Hasta
casi pierdo una beca que obtuve de Argentina y otra de USA. Gracias a Dios y de
seguro por su intervención divina, me prolongaron las fechas de entrega de los
trabajos.
Que más aprendí, pues a reconocer a los que son
amigos, a los que están contigo en las buenas y malas, a los que no necesitas
llamar ni escribir, simplemente están ahí para apoyarme. Y como la vida es
corta, pues solo me queda disfrutar de la vida que Dios me está regalando para
disfrutarla al lado de mis seres queridos. Y Dios mediante poder retomar mi
vida con normalidad, poder viajar y seguir escribiendo.
Así que quiero agradecer a mis grandes hermanos de vida con los que pude conversar virtualmente estos meses de encierro: a María Eugenia, Hugo Trigoso, Elmer García, Evans Ríos, Valentín Díaz, Lucinda Macha (mi mamita y amiga que estuvo más de 5 meses alejada de mi), Marcos y Rosmerita Macha, Arsenia, Helen Vera, Flor Ramirez, Marco Rojas, Crosby, Isaac Huamán, Kusi Pereda, Juanita Chunga, Sarita Cristobal, Dianita, Eleanita Valverde, Naomi, Justiniano Andrade y Marina Capcha (mis padrinos), Katita, Rafael Contreras, Mbare, Vanessa García, José Ccanchis y mi adorado Caleb que me alegra todos los días con sus interminables conversas dadaístas. Disculpen si olvido algún nombre.
Que habría sido de mi sin ustedes, infinitas gracias por
darme ánimos y hacerme notar que me falta mucho por aprender y hacer.