A la
memoria de Rita Balcazar Ríos
Magaly
Vera
Esa es una pregunta que siempre
rondan la cabeza de todo ser humano en algún momento de su vida. Y esa fue la
pregunta que me formulé hace poco, cuando falleció la hermana menor de mi mejor
amiga: Rita Balcazar Ríos, una nena de apenas 23 añitos, con muchas ilusiones:
estaba a punto de sustentar su tesis e iba a viajar a Japón. Había pasado por
muchos problemas para llegar a su meta (trabajó de vendedora en el Mercado
Canto Rey y de todo antes de trabajar en su área que era agronomía) y estando
ya a punto de lograrlo, la muerte la alcanzó primero. Su muerte fue violenta.
No logro imaginar el dolor que debió de haber pasado ya que un ómnibus interprovincial
chocó contra su frágil cuerpecito y la arrastró por más de dos kilómetros. Por
su vida llena de apoyo incondicional al prójimo, es que su madre lanzaba
preguntas llenas de furia “¿acaso Dios no ayuda a quien es bueno y prolonga la
vida de los que son buenos hijos?”,”¿Dónde está Dios en este momento?”,”¿Por
qué se lleva un alma generosa y no otros que si merecen irse?”. Me sentí impotente frente a su incertidumbre y dolor. La entendí cuando quiso
tirarse a la fosa donde moraría su hijita a partir de ese día. Su llanto y
gritos eran desgarradores en el cementerio. ¿Cómo intentar calmar un dolor así
cuando la herida aún está fresca? Era tan imposible, como intentar explicar esos
extraños tormentos que pasamos en alguna etapa de nuestra vida.
Hasta ahora y gracias a Dios no
he perdido a ningún ser querido, tengo a
mis padres al lado y soy afortunada. El único recuerdo que tengo de la muerte
es haber acompañado a mi abuelita al entierro de una niñita. Su cajón era
pequeñito y blanco. Todos íbamos tras del féretro como en procesión. La
orquesta iba tras nosotros, pero no con música de dolor, sino festiva. Al
quinto día le realizaron el famoso “pachachi”, una ceremonia que consiste en
lavar su ropa en el rio para recién ahí,
despedirse del ser querido. Todos los invitados hacen bromas, juegan,
ríen. Nadie llora. Y si alguien osa no participar, le cae latigazos. Pero no de esos chicotes tres
puntas, sino uno con unas bolas enormes en sus terminales, que evita que alguien
deje de participar.
Y es que la muerte en mi pueblo
(Huancayo) no es perder un familiar como en otros lugares, es perder un ser
querido pero que sigue siendo parte de ti y tu entorno ya que se transforma en otra materia. No es la
reencarnación como la entienden los hindúes. Es simplemente materia que se
transforma en otra materia. El alma es otro tema. En mi pueblo hay una
separación del cuerpo y el alma muy definida. El cuerpo es el que se transforma
por eso cuando nos visita una libélula, siempre dicen que es algún ser querido
que nos anuncia una visita. En cambio el alma es aquella que si uno ha sido
correcto con su prójimo, ha cumplido los mandamientos de la ley de Dios: como
el dar y recibir con entusiasmo (lo que algunos llaman reciprocidad), pues ese
va directamente el hanan pacha, al Olimpo andino. Pero sino ha logrado pagar
algunas culpas en la tierra, pues queda condenado a pulular en ella. A este
grupo de desafortunados, los llaman los condenados.
Mi pueblo es una mezcla de muchas
tradiciones, si bien participaron en el proceso de conquista con los españoles
a la cultura incaica, no significa para nada que hayan sido traidores, ya que
eran guerras entre culturas enfrentadas desde antaño. Solo los chancas y los
wankas fueron las que no se dejaron someter a la incaica. Por eso hasta la
forma como entierran a sus muertos difiere de las demás.
No se trata de justificar su
forma tan peculiar de enterrar a los suyos, o porque mezclan símbolos paganos
con cristianos. Para nada. Simplemente es una forma de ver la vida y la muerte
de forma diferente. Que no es malo. Es tan natural como respirar.
Esa forma tan particular de dar
reverencia a sus difuntos es lo que imagino causó sorpresa y temor a los
españoles, que justamente por no tener que enfrentarse a uno del mas allá, es
que mandaron a decapitar y enterrar el cuerpo de Atahualpa en diferentes zonas.
No debió ser fácil encontrar momias tan bien conservadas, con todo su séquito,
sus mascotas y sus bienes.
Mi abuela incluso rinde culto a
sus parientes ya fallecidos tendiendo una enorme y hermosa manta huancaína en su cocina y
pone en ella 7 diferentes platos, desde
mazamorra de calabaza, de mashua, de oca, morada, olluquito con charqui y una
serie de delicias que solo ella es capaz de crear con esas manitas que hacen
magia con todo lo que toca. Todo, para complacer a los que ya no están, para
darle un poco de sus gustitos y que cuando a ella le toque visitarlos, también
sea bien recordada. Y como ella dice: “lo que uno hace aquí, aquí mismo se
paga. El cielo y el infierno, están aquicito nomás”.
En otros países llevan el cadáver
al mar, otros los incineran. Y así, los rituales para enfrentar a la inevitable
muerte varían de país en país, de pueblo en pueblo. Y es que nadie quiere morir
y una forma de paliarla, es pensar que existe otra vida más allá de la muerte.
Las religiones lo que hacen es
tratar de cambiar esas formas ancestrales por otras más “actuales”, pero es
imposible ya que es como tratar de quitarles su identidad, lo que nos marca
desde que nacemos.
En la Biblia se nos enseña que
morir, equivale a dormir profundamente, perdiendo toda noción de tiempo y
espacio.
Lo cierto es que hasta ahora
nadie ha podido regresar de la muerte para contarlo, salvo Lázaro pero al ser
un personaje de la Biblia,que para algunos es solo un libro más de la mitología
humana, no lo consideran como testimonio válido. Incluso algunos lo consideran
dentro de lo fantástico. Sin embargo es base para decir que si se puede retornar
de la muerte, lo mismo con la ascensión de Cristo.
¿Qué hay más allá de la muerte?
No lo sé, tampoco intento descubrirlo, menos irme a la otra para develar tal
misterio. Solo nos queda a los que aun vivimos, aferrarnos a esa imagen de un
Cristo redentor, que nos ofrece una vida hermosa, sin problemas existenciales,
sin escases de dinero ni comida y rodeada de nuestros seres queridos ¿Existirá
un sitio así? Hay que tener mucha fe para creerlo y poder llegar al final, en
paz. Es lo único que puedo decirle a Fausta Ríos, la mamá de mi amiga Deyci.
No hay comentarios:
Publicar un comentario