martes, 27 de octubre de 2015

¿Qué hay más alla de la muerte? (24/12/2014)



A la memoria de Rita Balcazar Ríos

Magaly Vera

Esa es una pregunta que siempre rondan la cabeza de todo ser humano en algún momento de su vida. Y esa fue la pregunta que me formulé hace poco, cuando falleció la hermana menor de mi mejor amiga: Rita Balcazar Ríos, una nena de apenas 23 añitos, con muchas ilusiones: estaba a punto de sustentar su tesis e iba a viajar a Japón. Había pasado por muchos problemas para llegar a su meta (trabajó de vendedora en el Mercado Canto Rey y de todo antes de trabajar en su área que era agronomía) y estando ya a punto de lograrlo, la muerte la alcanzó primero. Su muerte fue violenta. No logro imaginar el dolor que debió de haber pasado ya que un ómnibus interprovincial chocó contra su frágil cuerpecito y la arrastró por más de dos kilómetros. Por su vida llena de apoyo incondicional al prójimo, es que su madre lanzaba preguntas llenas de furia “¿acaso Dios no ayuda a quien es bueno y prolonga la vida de los que son buenos hijos?”,”¿Dónde está Dios en este momento?”,”¿Por qué se lleva un alma generosa y no otros que si merecen irse?”.  Me sentí impotente frente a su  incertidumbre y dolor. La entendí cuando quiso tirarse a la fosa donde moraría su hijita a partir de ese día. Su llanto y gritos eran desgarradores en el cementerio. ¿Cómo intentar calmar un dolor así cuando la herida aún está fresca? Era  tan imposible, como intentar explicar esos extraños tormentos que pasamos en alguna etapa de nuestra vida.

Hasta ahora y gracias a Dios no he perdido a ningún ser querido, tengo  a mis padres al lado y soy afortunada. El único recuerdo que tengo de la muerte es haber acompañado a mi abuelita al entierro de una niñita. Su cajón era pequeñito y blanco. Todos íbamos tras del féretro como en procesión. La orquesta iba tras nosotros, pero no con música de dolor, sino festiva. Al quinto día le realizaron el famoso “pachachi”, una ceremonia que consiste en lavar su ropa en el rio para recién ahí,  despedirse del ser querido. Todos los invitados hacen bromas, juegan, ríen. Nadie llora. Y si alguien osa no participar, le cae  latigazos. Pero no de esos chicotes tres puntas, sino uno con unas bolas enormes en sus terminales, que evita que alguien deje de participar.

Y es que la muerte en mi pueblo (Huancayo) no es perder un familiar como en otros lugares, es perder un ser querido pero que sigue siendo parte de ti y tu entorno ya que se  transforma en otra materia. No es la reencarnación como la entienden los hindúes. Es simplemente materia que se transforma en otra materia. El alma es otro tema. En mi pueblo hay una separación del cuerpo y el alma muy definida. El cuerpo es el que se transforma por eso cuando nos visita una libélula, siempre dicen que es algún ser querido que nos anuncia una visita. En cambio el alma es aquella que si uno ha sido correcto con su prójimo, ha cumplido los mandamientos de la ley de Dios: como el dar y recibir con entusiasmo (lo que algunos llaman reciprocidad), pues ese va directamente el hanan pacha, al Olimpo andino. Pero sino ha logrado pagar algunas culpas en la tierra, pues queda condenado a pulular en ella. A este grupo de desafortunados, los llaman los condenados.

Mi pueblo es una mezcla de muchas tradiciones, si bien participaron en el proceso de conquista con los españoles a la cultura incaica, no significa para nada que hayan sido traidores, ya que eran guerras entre culturas enfrentadas desde antaño. Solo los chancas y los wankas fueron las que no se dejaron someter a la incaica. Por eso hasta la forma como entierran a sus muertos difiere de las demás.

No se trata de justificar su forma tan peculiar de enterrar a los suyos, o porque mezclan símbolos paganos con cristianos. Para nada. Simplemente es una forma de ver la vida y la muerte de forma diferente. Que no es malo. Es tan natural como respirar.

Esa forma tan particular de dar reverencia a sus difuntos es lo que imagino causó sorpresa y temor a los españoles, que justamente por no tener que enfrentarse a uno del mas allá, es que mandaron a decapitar y enterrar el cuerpo de Atahualpa en diferentes zonas. No debió ser fácil encontrar momias tan bien conservadas, con todo su séquito, sus mascotas y sus bienes.

Mi abuela incluso rinde culto a sus parientes ya fallecidos tendiendo una enorme y hermosa manta huancaína en su cocina y pone  en ella 7 diferentes platos, desde mazamorra de calabaza, de mashua, de oca, morada, olluquito con charqui y una serie de delicias que solo ella es capaz de crear con esas manitas que hacen magia con todo lo que toca. Todo, para complacer a los que ya no están, para darle un poco de sus gustitos y que cuando a ella le toque visitarlos, también sea bien recordada. Y como ella dice: “lo que uno hace aquí, aquí mismo se paga. El cielo y el infierno, están aquicito nomás”.

En otros países llevan el cadáver al mar, otros los incineran. Y así, los rituales para enfrentar a la inevitable muerte varían de país en país, de pueblo en pueblo. Y es que nadie quiere morir y una forma de paliarla, es pensar que existe otra vida más allá de la muerte.

Las religiones lo que hacen es tratar de cambiar esas formas ancestrales por otras más “actuales”, pero es imposible ya que es como tratar de quitarles su identidad, lo que nos marca desde que nacemos.

En la Biblia se nos enseña que morir, equivale a dormir profundamente, perdiendo toda noción de tiempo y espacio.

Lo cierto es que hasta ahora nadie ha podido regresar de la muerte para contarlo, salvo Lázaro pero al ser un personaje de la Biblia,que para algunos es solo un libro más de la mitología humana, no lo consideran como testimonio válido. Incluso algunos lo consideran dentro de lo fantástico. Sin embargo es base para decir que si se puede retornar de la muerte, lo mismo con la ascensión de Cristo.

¿Qué hay más allá de la muerte? No lo sé, tampoco intento descubrirlo, menos irme a la otra para develar tal misterio. Solo nos queda a los que aun vivimos, aferrarnos a esa imagen de un Cristo redentor, que nos ofrece una vida hermosa, sin problemas existenciales, sin escases de dinero ni comida y rodeada de nuestros seres queridos ¿Existirá un sitio así? Hay que tener mucha fe para creerlo y poder llegar al final, en paz. Es lo único que puedo decirle a Fausta Ríos, la mamá de mi amiga Deyci.

 
 

 

 

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