miércoles, 28 de octubre de 2015

A mi padre: Juan García Canahualpa (20/10/2015)



Magaly Vera
Dicen que a los padres uno no los elige, como tampoco a los hermanos, pero en mi caso eso fue diferente. Por circunstancias que prefiero borrar de mi memoria, es que desee un padre bueno, generoso, tierno, amoroso, que me llene de dulces y muñecas de papel, que me apapache y me cuente cuentos antes de dormir. Pero la vida me dio una madre padre que además de darme mucho amor, me enseñó a leer y a amar los libros y una abuela tan aguerrida, que no necesite tener más héroes en mi vida. Con ellas aprendí a soñar despierta. Ame tanto leer que a falta de libros que eran caros, me conforme con revistas. Llegue a tener más de dos cajas  de leche gloria de revistas. Tenía desde Archie, La pequeña Lulú, Fantomas, Los superamigos, Superman, La mujer maravilla etc. Supongo que leer tanto me dio mucha imaginación. Recuerdo que por esas épocas ya Neil Armstrong había ido a la luna y su paso por ella fue todo un espectáculo. Pero también leí que viajar a la luna, tomaba bastante tiempo. Así que cuando me preguntaban por mi padre, decía que había viajado a la luna. Obviamente nadie me creía, pero yo aferrada a mi verdad.

Pero una niña jamás podía estar sin padre, así que le consulte a mi profesora si era factible buscar un padre y me dijo que sí, que solo era cosa de divorciar a mi madre y volverla a casar con otra persona que haría de mi padre. Y no fue fácil tarea, me tomo años hacer casting. Busque uno a la medida de mi madre: alto, gallardo, elegante, generoso e inteligente y claro, con trabajo estable. Ya me había dado por fracasada, hasta que mi madre me llevó en mi tío Guillermo a pasar un fin de semana. Ahí llego Juancito. Vestía de impecable pantalón azul, chompa azul Calipso con cocos blancos y otro tono de azul en el pecho, cuello “V”, camisa celeste, zapato negro, medias negras y una hermosa sonrisa de niño bueno. Nuestro primer encuentro consistió en que me lleno de preguntas, de adivinanzas, y de una trabalengua: “Pedro clava un clavito en la calvita”. Uff yo me sabía más de 50 trabalenguas y pude responder todas sus adivinanzas. Me propuse ganarme su cariño, así que le prometí traer puros 20 de notas. Mi madre nunca entendió porque sufría cada que me sacaba un 19. Lo que si recuerdo es que los borraba y ponía ahí un 20. No quería defraudar al que sería mi nuevo padre.

Empezó el año escolar y ya no supe de él, pero pedía a mi mamita que siempre me ande llevando a Villa El Salvador, donde vivía mi tío Guillermo, solo para poder jugar con mi mejor amigo. Un día le pregunte si era soltero o casado y me respondió que viudo. Quede sorprendida ya que no sabía que significaba. Volví en mi profesora y me dijo que era como estar soltero otra vez. Así que al fin había encontrado al rey de la casa, a mi nuevo papito.

El siguiente paso era divorciar a mi mamita, no fue fácil encontrar un abogado que no cobre mucho. No había ninguno en mi aula, todos los papas eran de otra profesión, había ingenieros, brujos, pero ninguno abogado.

No tenía televisión pero como amaba ver el Chavo del ocho, tenía que ir en mi tía Audina, la hermana de mi papá. Un día que ya era tarde, le pregunte por su esposo y ella me dijo que llegaba pasada las once porque era abogado. Mi segunda etapa ya estaba lista. Como me había propuesto llevarlo en mi mamita, tuve que esperarlo hasta muy tarde. Me presente solita y le dije que mi mamita necesitaba hablar urgente con él. Pobre mi mamita, ni sospechaba lo que yo tramaba. Lo lleve de la manito a mi casita y le dije: “mamita aquí está el abogado para que te divorcies”. Mi pobre mamita apenas pudo hablar, estaba muda. Mi tío le dijo que la entendía ya que conocía a la nueva pareja de mi padre y que incluso ya tenía una hija. Ella solo lloro confirmando que empezaría los tramites. Justo él necesitaba un caso para su tesis y que no le cobraría más que los que pidiesen los sellos.

Ni por tantas idas y venidas a Villa El Salvador, mi mamita coincidía con Juancito, paso todo un año y nada de cruzarse. Ya fue suficiente me dije. Así que le saque una cita a Panchito, le dije que le presentaría a mi mamita, que era soltera, guapa, inteligente, trabajadora, que sabía cocinar divino y no sé qué más. Creo que leer tantas revistas me dio muchos argumentos que lo convencí. Le di las coordenadas, le dirección, que carro tomar, donde se bajaría y hasta le hice un croquis.

Ese día busque los lugares más bonitos, y claro, el restaurante que más me gustaba: fue una pollería. Es que además de leer, mi otro vicio era el pollo a la brasa. Elegí el vestido, el único que tenía mi mamita, lustre sus zapatitos. Todo tenía que estar perfecto ese día. Mi madre enojadísima conmigo porque no lo conocía y no sabía ni quién era. Pero yo ya había buscado hasta sus antecedentes penales consultando a mis tíos. Era bueno, tenía dos hijas, era querendón, juguetón y católico. ¡Qué más podía yo pedir!. No le saldría tampoco fácil entregarle a mi mamita, tenía que venir cada domingo y llevarnos a la pollería; yo a cambio tendría que entregarle puros 20. Cumplí mi promesa toda primaria, secundaria me relaje.

Era imposible que mi mamita no se enamore de un ser tan generoso y guapo. Era alto, tenía unos dientes pequeñitos, una nariz ñatita y una sonrisa encantadora. Se casaron cuando cumplí 10 años, pero más demoro porque el divorcio de mi mamita demoro casi 5 años y todo porque el desaforado no quiso dárselo.

Fue Panchito, quien me llevo a mi bautizo, mis 15 años, quien estuvo conmigo cuando me dio mi primera varicela, el que me llevo a mi primer vuelo en avión, quien me llevo al primer día de clases de la universidad. Me daba tanta vergüenza que mi padre me este llevando de la manito, pero a la vez estaba contenta. Él fue quien encontró mi nombre en el periódico cuando ingrese a la uni. Mi madre y yo no lo encontrábamos, pero él dijo algo hermoso: “mi hija es inteligente, tenía que estar en las primeras filas”. Siempre confiaba en mí y eso me emocionaba. Estuvo conmigo cuando llore por un amor, cuando fui a mi primer trabajo y cuando compre el terrenito donde viviríamos. Sufrimos juntos cuando paso lo del paquetazo de Alan García, cuando Fujimori se largo dejando un fax, amó las mascotas que llegaban  a casa. Mi madre odiaba a los perros, pero como había democracia en casa, poníamos las urnas y claro que con 7 niños, mi papito y yo, ellos se quedaban. El único voto en contra era la de mi madre, que se rendía ante la elección de la mayoría. Yo a cambio, aprendí a amar los pentagramas sin saber que significaban, todo porque él era músico y compositor, quizás por eso aprendí a leerlas y tocar la flauta en el colegio. En esa época no había tantas fotocopiadoras como ahora y él compraba pentagramas que yo tenía que llenar copiando otras. Las vendía para traer alguito más  a casa. Estudie con él cada vez que podía ascender. Le tomaba exámenes orales de sus libros. Yo estudiaba para ingresar y él para ascender. Pinte sus canitas, unte crema en sus manitos para que cuando acaricien a mi mamita estén suavecitas, lustraba sus zapatos, tenía que estar guapo. Pero si sufría en que se cambie de ropa. No sé por qué pero amaba su ropa vieja. Ponerse ropa nueva para él era tortura. Quería solo usar lo viejito y lo nuevo lo guardaba diciendo que para ocasiones especiales. Así que ideamos una forma de hacer que se cambie. Se llamaba “operación Panchito”, que consistía en secuestrar su ropa cuando se bañaba y meterlo a un tacho con agua. Es que ya habíamos probado con guardarlo en la ropa sucia y de ahí lo sacaba y nuevamente se lo ponía. Más efectivo era mojarlo. Claro, renegaba un rato, pero de ahí se le pasaba.

Fue mi cómplice en todo, incluso cuando escogí literatura. Mi madre decía que eso no me daría de comer. Pero él decía, ella sabe lo que hace. Por eso su partida me dolió más que a sus otras hijas, porque a diferencia de ellas, yo lo elegí y fue el regalo más hermoso que Dios me dio. Fue mi padre y de mis 7 primos que quedaron huérfanos de padre y madre. Con él aprendí que huérfano no es quien no tiene padres, sino quien no tiene quien lo ame a uno y con él, imposible ser huérfano.

Espero ser lo más correcta posible para algún día poder estar con él ya que no dudo que este en el cielo. Un ser tan generoso como él, no puede estar en otro sitio.


martes, 27 de octubre de 2015

¿Qué hay más alla de la muerte? (24/12/2014)



A la memoria de Rita Balcazar Ríos

Magaly Vera

Esa es una pregunta que siempre rondan la cabeza de todo ser humano en algún momento de su vida. Y esa fue la pregunta que me formulé hace poco, cuando falleció la hermana menor de mi mejor amiga: Rita Balcazar Ríos, una nena de apenas 23 añitos, con muchas ilusiones: estaba a punto de sustentar su tesis e iba a viajar a Japón. Había pasado por muchos problemas para llegar a su meta (trabajó de vendedora en el Mercado Canto Rey y de todo antes de trabajar en su área que era agronomía) y estando ya a punto de lograrlo, la muerte la alcanzó primero. Su muerte fue violenta. No logro imaginar el dolor que debió de haber pasado ya que un ómnibus interprovincial chocó contra su frágil cuerpecito y la arrastró por más de dos kilómetros. Por su vida llena de apoyo incondicional al prójimo, es que su madre lanzaba preguntas llenas de furia “¿acaso Dios no ayuda a quien es bueno y prolonga la vida de los que son buenos hijos?”,”¿Dónde está Dios en este momento?”,”¿Por qué se lleva un alma generosa y no otros que si merecen irse?”.  Me sentí impotente frente a su  incertidumbre y dolor. La entendí cuando quiso tirarse a la fosa donde moraría su hijita a partir de ese día. Su llanto y gritos eran desgarradores en el cementerio. ¿Cómo intentar calmar un dolor así cuando la herida aún está fresca? Era  tan imposible, como intentar explicar esos extraños tormentos que pasamos en alguna etapa de nuestra vida.

Hasta ahora y gracias a Dios no he perdido a ningún ser querido, tengo  a mis padres al lado y soy afortunada. El único recuerdo que tengo de la muerte es haber acompañado a mi abuelita al entierro de una niñita. Su cajón era pequeñito y blanco. Todos íbamos tras del féretro como en procesión. La orquesta iba tras nosotros, pero no con música de dolor, sino festiva. Al quinto día le realizaron el famoso “pachachi”, una ceremonia que consiste en lavar su ropa en el rio para recién ahí,  despedirse del ser querido. Todos los invitados hacen bromas, juegan, ríen. Nadie llora. Y si alguien osa no participar, le cae  latigazos. Pero no de esos chicotes tres puntas, sino uno con unas bolas enormes en sus terminales, que evita que alguien deje de participar.

Y es que la muerte en mi pueblo (Huancayo) no es perder un familiar como en otros lugares, es perder un ser querido pero que sigue siendo parte de ti y tu entorno ya que se  transforma en otra materia. No es la reencarnación como la entienden los hindúes. Es simplemente materia que se transforma en otra materia. El alma es otro tema. En mi pueblo hay una separación del cuerpo y el alma muy definida. El cuerpo es el que se transforma por eso cuando nos visita una libélula, siempre dicen que es algún ser querido que nos anuncia una visita. En cambio el alma es aquella que si uno ha sido correcto con su prójimo, ha cumplido los mandamientos de la ley de Dios: como el dar y recibir con entusiasmo (lo que algunos llaman reciprocidad), pues ese va directamente el hanan pacha, al Olimpo andino. Pero sino ha logrado pagar algunas culpas en la tierra, pues queda condenado a pulular en ella. A este grupo de desafortunados, los llaman los condenados.

Mi pueblo es una mezcla de muchas tradiciones, si bien participaron en el proceso de conquista con los españoles a la cultura incaica, no significa para nada que hayan sido traidores, ya que eran guerras entre culturas enfrentadas desde antaño. Solo los chancas y los wankas fueron las que no se dejaron someter a la incaica. Por eso hasta la forma como entierran a sus muertos difiere de las demás.

No se trata de justificar su forma tan peculiar de enterrar a los suyos, o porque mezclan símbolos paganos con cristianos. Para nada. Simplemente es una forma de ver la vida y la muerte de forma diferente. Que no es malo. Es tan natural como respirar.

Esa forma tan particular de dar reverencia a sus difuntos es lo que imagino causó sorpresa y temor a los españoles, que justamente por no tener que enfrentarse a uno del mas allá, es que mandaron a decapitar y enterrar el cuerpo de Atahualpa en diferentes zonas. No debió ser fácil encontrar momias tan bien conservadas, con todo su séquito, sus mascotas y sus bienes.

Mi abuela incluso rinde culto a sus parientes ya fallecidos tendiendo una enorme y hermosa manta huancaína en su cocina y pone  en ella 7 diferentes platos, desde mazamorra de calabaza, de mashua, de oca, morada, olluquito con charqui y una serie de delicias que solo ella es capaz de crear con esas manitas que hacen magia con todo lo que toca. Todo, para complacer a los que ya no están, para darle un poco de sus gustitos y que cuando a ella le toque visitarlos, también sea bien recordada. Y como ella dice: “lo que uno hace aquí, aquí mismo se paga. El cielo y el infierno, están aquicito nomás”.

En otros países llevan el cadáver al mar, otros los incineran. Y así, los rituales para enfrentar a la inevitable muerte varían de país en país, de pueblo en pueblo. Y es que nadie quiere morir y una forma de paliarla, es pensar que existe otra vida más allá de la muerte.

Las religiones lo que hacen es tratar de cambiar esas formas ancestrales por otras más “actuales”, pero es imposible ya que es como tratar de quitarles su identidad, lo que nos marca desde que nacemos.

En la Biblia se nos enseña que morir, equivale a dormir profundamente, perdiendo toda noción de tiempo y espacio.

Lo cierto es que hasta ahora nadie ha podido regresar de la muerte para contarlo, salvo Lázaro pero al ser un personaje de la Biblia,que para algunos es solo un libro más de la mitología humana, no lo consideran como testimonio válido. Incluso algunos lo consideran dentro de lo fantástico. Sin embargo es base para decir que si se puede retornar de la muerte, lo mismo con la ascensión de Cristo.

¿Qué hay más allá de la muerte? No lo sé, tampoco intento descubrirlo, menos irme a la otra para develar tal misterio. Solo nos queda a los que aun vivimos, aferrarnos a esa imagen de un Cristo redentor, que nos ofrece una vida hermosa, sin problemas existenciales, sin escases de dinero ni comida y rodeada de nuestros seres queridos ¿Existirá un sitio así? Hay que tener mucha fe para creerlo y poder llegar al final, en paz. Es lo único que puedo decirle a Fausta Ríos, la mamá de mi amiga Deyci.